En
el siglo XIX, sobre todo con la llegada del romanticismo musical, el piano, instrumento
relativamente reciente entonces —un invento del siglo anterior—, había
penetrado en muchos de los hogares de las clases medias, y ello debido al
abaratamiento de sus costes, a sus aceptables resultados en poco tiempo de práctica
(desde el principio, el instrumento suena bien: afinado, no como, por ejemplo,
un violín), debido también a los avances económicos de la época y, como no, a
la moda social en auge. Así que pocos eran los hijos —sobre todo, las hijas— de
aquellas gentes pertenecientes a la pequeña burguesía, cuyos hogares podían
permitirse la compra de un piano, que no «manejaran», mejor o peor, el
instrumento de moda.
Información
sobre la presencia y el frecuente uso —no siempre admirable— del piano en las
casas de entonces, la podemos encontrar fácilmente rastreando en la literatura y
en la prensa de la época, en las que se pueden apreciar alusiones de todo tipo,
algunas de ellas escritas irónicamente, con pretensiones humorísticas: noticias,
anécdotas, chistes, chascarrillos… Las citas que pongo a continuación las he
obtenido de: Blanning, Tim: El
triunfo de la música. Los compositores, los intérpretes y el público desde 1700
hasta la actualidad. Barcelona, Acantilado, 2011, págs. 290-292.
[…]
en 1911se calculaba que en el país [el Reino Unido] había entre dos y cuatro
millones de pianos, es decir, uno por cada diez o veinte habitantes.
[…]
en el primer año del siglo XIX, el novelista Henri Beyle, más conocido como
Stendal, escribió a su hermana Pauline en Grenoble exhortándola a que no
desdeñara el piano, pues «en este país es absolutamente esencial que una joven
dama sepa música, de lo contrario, pasa completamente inadvertida».
[…]
En la primera página de [la novela] Norte y Sur (1855), de Elizabeth
Gaskel, Margaret, la sencilla protagonista, oye de labios de Edith, su
acomodada prima, que el problema de mantener el piano afinado en la isla de
Corfú […] era «uno de los más formidables que podían presentársele en su vida
de casada». Cuando Margaret revela más adelante que su familia ha tenido que
vender su propio instrumento, Edith responde: «No sé cómo podéis vivir sin uno.
A mí casi me parece una necesidad vital».
[…]
En 1860, Oscar Commettant, compositor y periodista musical francés, publicó en
su periódico, L’Art musical, un artículo titulado «Sobre la influencia
del piano en la vida familiar», en el que se burlaba de la ubicuidad de los
pianos. Entre otras cosas, narraba la anécdota de un parisino que buscaba
apartamento: no le importaba la zona, el piso o la orientación; su único
requisito era que desde él no se oyera piano alguno. La respuesta que obtuvo
era que ya no existía un santuario como ese.
Commettant
también dejaba constancia de esta conversación entre dos hombres de mundo:
—¡Oh,
querido amigo! ¡Qué deliciosa es la señorita Clarisse Filandor!
—La
conozco: dieciocho años, rubia y preciosa.
—Sí,
con ojos azules y pestañas oscuras.
—Y
con una dote de 200000 francos.
—Exacto,
y, mejor aún, única heredera de un tío rico con una enfermedad terminal.
—Pero
lo mejor de ella es que no toca el piano.
—Iba
a decir lo mismo. No es una mujer como todas las demás, ¡sino un ángel enviado
por el cielo!
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