Me gusta, cuando leo (sobre
todo si no es ficción —música, historia, antropología...—,
pero no solo en ese caso), tener un lápiz a mano; a veces, mejor
aún, en la mano; y ello para ir señalando todo aquello que me
interesa de lo leído, con subrayados, con palabras y otros signos
gráficos —algunos de mi invención— que realizo sobre todo en el
texto y en sus márgenes, aunque también al principio o al final del
volumen si el libro tiene páginas en blanco, páginas
de respeto
o de cortesía.
A todo lo anterior, de vez en
cuando, desde no hace mucho y dependiendo de la importancia de lo
señalado, añado, una vez acabada la lectura de la obra, una lista
ordenada de las páginas en donde poder encontrar las señales hechas
a lápiz, cada una de las cuales, en un principio, antes de la
elaboración de la lista, puede ser fácilmente localizada por la
colocación de un pósit que sobresale un poco de las páginas del
libro y que durante la lectura ha sido cuidadosamente colocado en
dichas páginas exactamente a la altura en que comienza la cita que
quiero poder reencontrar posteriormente con facilidad. Una vez
acabados, hay libros, sobre todo los que más me gustan, que terminan
lleneticos
de papeles de color amarillo, verde, naranja... incluso de diferentes
colores, tamaños y formas en un mismo ejemplar.
La ventaja de los papelitos,
ideales para una rápida exploración y consulta posterior, es que se
pueden ver, y por tanto localizar las citas, incluso con el libro
cerrado. Y su inconveniente, que suelen tapar parte del texto y
entorpecer por ello las lecturas que de la misma obra quieran hacer
después otras personas, lo cual se convierte en un problema con el
que me encuentro a menudo, un verdadero freno si quiero que el libro
lo lea mi mujer, mis hijos, algún amigo… (cuanto más interesante
me parece una obra, más me gusta recomendarla y «pasarla», sobre
todo a mi gente). Así que, en bastantes ocasiones, para no
entorpecer esa lectura posterior, una vez terminado de «empapelar»
el libro, pacientemente voy repasando todo y señalando con un lápiz
cada uno de los lugares donde hay pósit pero no señal gráfica, al
tiempo que voy quitando los papelitos, y es sobre todo en este caso
de papeles quitados cuando considero importante la elaboración de
esa ya comentada lista —al principio o al final— de ayuda a la
pronta localización de citas.
Bien se sabe que
cuando se relee, al cabo de los años, algo que nos conmovió o nos abrió una
puerta imprevista, resulta verdaderamente remunerativo volver a sentir la misma
intensidad emocional. (José Manuel
Caballero Bonald: Examen de ingenios,
Seix Barral, 2017, pág. 236).
Aunque… es cierto que con el
tiempo algunas de estas citas marcadas cambian el significado que
para mí tuvieron tiempo atrás, que pasados solo unos meses ya no me
dicen lo mismo que cuando por primera vez las leí y señalé, y,
claro, entonces no todas me parecen pertinentes o igual de
pertinentes que antes, y también ocurre que cuando en esas
relecturas posteriores amplío y extiendo la mirada por los
alrededores de las citas señaladas tiempo atrás, otros fragmentos
de texto que en su momento no me parecieron tan interesantes, ahora
sí los creo reseñables.
Aquí lo tengo, con
las cubiertas descabaladas, separadas del libro, solo sujetas gracias a la
cinta adhesiva. Un libro muy usado, lleno de anotaciones. Tiene pasajes
subrayados que alguna vez significaron algo para mí, aunque ahora los miro y
apenas entiendo por qué. A lo largo de los márgenes hay anotaciones,
observaciones, comentarios de aprecio, felicitaciones a Shakespeare por su
genio, signos de exclamación que indican mi aprecio y mi perplejidad. […] (Frank Mc COURT: El profesor, Maeva Ediciones, 2008, Pág. 49. Hablando de Obras Completas de William Shakespeare,
recogidas en un tomo).
No hay comentarios:
Publicar un comentario