A una persona
podemos cantarle las cuarenta, ponerla como hoja de perejil, explicárselo,
ponerla a caldo, leerle —o explicarle— la cartilla, ponerla en su sitio,
decirle las púas que tiene un peine… Todas ellas son formas que amenazan con
poner a ese alguien como chupa de dómine,
verde, a caer de un burro...
Lo de las púas del peine me
recuerda que en uno de los últimos colegios en que trabajé, un alumno de los
primeros cursos, en el tiempo de recreo, estando yo «de guardia», venía a
decirme, de vez en cuando —quizás demasiado a menudo—, que fulanico le había hecho no sé qué, algo que siempre resultaba ser
una infantil minucia. Yo, ante la pequeñez del caso y la candidez del
pequeñajo, pronto le contestaba que volviera y le dijera a ese tal fulano que
si volvía a ocurrir y daba lugar a que fuera yo, se iba a enterar de las púas
que tiene un peine.
Eso ocurrió varias veces en
poco tiempo y, por lo visto, el
espabilado chaval denunciante aprendió bien la lección, porque una mañana llega
y me dice:
—Maestro, menganico me ha hecho tal cosa —y añadió, haciendo énfasis en la
pregunta—, ¿quieres que vuelva y le diga que como tú vayas se va a enterar de
las púas que tiene un peine?
—Sí —contesté yo casi
inmediatamente, a punto de darme la risa—, ve y díselo.
Y allá que marchó el niño tan
ufano de haber aprendido tan buena receta, algo de tanta utilidad, de tanta eficacia
como decirle a alguien que se va a enterar de las púas que tiene un peine.
Bien, Pepe, la enseñanza de una peculiar frase, que no se encuentra en los diccionarios para estudiantes extranjeros, es más importante que la sintaxis de una historiada frase barroca que, por lo general, no la aplicaría nunca. Una enseñanza “colateral al curriculum”. Un abrazo, Pepe.
ResponderEliminarA mí me hizo mucha gracia lo contento que se fue aquel alumno tan joven con la convicción de haber aprendido algo importante.
EliminarUn abrazo, Antonio.