Estoy
casi seguro (he empezado a dudar recientemente, no sé por qué) de que en
anteriores ediciones del diccionario de la Real Academia, hace ya bastantes
años, figuraba el término «esperfollar» como palabra murciana con el
significado de deshojar las panochas del maíz, aquí llamado panizo. Actualmente
no encuentro esperfollar en la obra
citada; solo aparece la palabra «desperfollar», por supuesto que con el mismo
significado.
Consultando
diccionarios murcianos veo que en ellos sí aparece esa denominación local —esperfollar, esperfollo— y en alguno (Diego Ruiz Marín: Vocabulario de las hablas murcianas) he encontrado también esprefollo, además del término «desperfollo»
que aparece en la RAE. (Esprefollo es
una metátesis de esperfollo.)
Así
pues, desperfollar —de «des» y «perfolla»—, o su versión murciana, esperfollar, aluden, en efecto, al acto
de quitar a la panocha de maíz la envoltura —perfolla— que cubre el grano. Y
convengamos en que tradicionalmente el huertano de aquí no ha dicho desperfollo
ni desperfollar, sino esperfollo y esperfollar, o —en todo caso, si se ha trabucao— esprefollo y esprefollar.
***
Tradicionalmente,
el huertano murciano, normalmente de economía mu apretá, ha hecho de la
necesidad virtud y ha convertido esta faena —el esperfollo— en una estimulante diversión, en un trabajo de «hoy por
ti, mañana por mí», que la sabiduría de la huerta llama en algunos casos
trabajos de «a pioná vuelta» —a
peonada devuelta—, sobre todo cuando han sido organizados así, con esa
intención: yo trabajo hoy para ti y tú trabajas para mí en otra ocasión.
Realmente,
el esperfollo es un acontecimiento
divertido que reúne al vecindario, barrio, pueblo… —según tamaño— alrededor de
una labor que para el interesado en esperfollar
sus panochas, si tuviera que realizarla solo con su familia, sería demasiado
laboriosa; así que este propietario propicia una divertida reunión de vecinos,
de mozos y mozas en edad de casarse, de chiquillos..., un encuentro aliñado con
la garantía del palique gracioso y pícaro, incluso a veces con música y canciones en directo, y todo ello en
torno a un montón de panochas.
Previamente
se ha corrido la voz, y el día del esperfollo
(yo lo recuerdo a últimas horas de la tarde, primeras de la noche, tras las
faenas de obligado cumplimiento) ya están colocadas las panochas en un montón y
en un lugar suficientemente espacioso para ellas y para la gente que alrededor
de ellas se reunirá: bajo la parra, en la puerta o en un lateral de la casa, en
una era cercana... Alrededor del montón de panochas se colocan unas cuantas
sillas bajas de madera de morera y asiento de soga, pensando sobre todo en los esperfollaores mayores, porque la gente
joven no las necesita: los mozos y los chiquillos se sientan, alrededor del
montón, en el suelo o sobre las mismas mazorcas.
Una
vez situados ante la labor, cada participante va cogiendo panochas del montón,
una a una, y les va quitando la perfolla, que echa aparte (generalmente la
lanza hacia atrás; después será utilizada para rellenar colchones, entre otras
cosas), mientras que la panocha limpia va a parar a unos recipientes —capazas,
capazos, seras...— preparados para ello.
Metidos
ya en la faena, la gente se lo pasa bien, pues se conversa, se ríe e incluso se
canta mientras se trabaja. Pero el jolgorio estalla cuando a algún afortunado o
afortunada le sale una panocha colorá,
con lo cual quien la ha encontrado adquiere el derecho de besar (castamente, en
la cara, recuerdo yo; en algunos lugares, a abrazar) a la chica o chico que
elija (no siempre la persona de su preferencia, si hay pique), que, por otra
parte, no puede negarse al beso; incluso, a veces, esa persona lo está
esperando, deseando; y todo ello con los consiguientes rubores, sonrisas,
risas, carreras de unos tras otros, etc.
Y
todo porque, en su momento, el huertano que sembró el panizo, con mucha idea,
echó en la sementera algunos granos rojos con la intención de hacer más
divertido el trabajo y tratar de acelerar el esperfollo aumentando las probabilidades de encontrarse una panocha
roja, un ejemplar de los que —hay quien dice— eran estratégicamente colocados
en el fondo del montón para que los mozos se picaran y aligeraran la velocidad,
siempre con la idea de poder besar a la moza pretendida.
Las
costumbres van según lugares, y yo desconozco o no me acuerdo de algunas de las
cosas que cuentan las fuentes que consulto. Por ejemplo, dice Antonio Martínez
Cerezo (Murcia de la A a la Z,
Santander, Ed. Tantín, 1985, págs. 115-117) que «junto a las panochas colorás
existía la costumbre de poner panochas de “repizco”, que daban derecho a
propinar tantos repizcos o pellizcos como granos coloreados tuviera». Yo esto
no lo recuerdo en el pueblo. Y añade este autor —tampoco lo recuerdo aquí— que
«hay quien habla de melones bajo el montón de panochas para que cunda más el
esperfollo. Quien lo encuentra invita al resto con algarabía y regocijo».
Lo
que sí he escuchado muchas veces, y he cantado de joven, es una copla huertana
referida a este asunto que les cuento. No he encontrado una grabación para
recomendar, pero la letra —recuerdo— dice así:
En el bancal de la
Pepa,
en el bancal de la
Pepa
van a hacer un
esperfollo;
las mozas se han
arreglao
a ver si les sale
novio,
en el bancal de la
Pepa.
Pues sí, Pepe, un recuerdo para no olvidar jamás. El panizo clásico de la huerta de Murcia, sospecho que de toda España. poseía unas cualidades peculiares y, por mutaciones o cruces eventuales, era amarillo, rojo e incluso poseía colores mezclados por híbridación: rojo, amarillo y negro. Los abrazos . besos y repiscos eran el motor que arrancaba "el descanso trabajando" para los familiares, amigos, vecinos. En general, cuando se hacía en casas particulares, este panizo era el empleado para engordar el cerdo que, por estas fechas, se terminaba su engorde para la matanza de invierno. Un chato negro de carne exquisita. Hoy, el maíz híbrido americano arrasó, como un vendaval, a este panizo redondeado y suave que facilitaba al cerdo una magra y tocino deliciosos. Ya no. Se acabaron los repiscos, abrazos y besos... somos civilizados. Un hermoso recuerdo, Pepe. Un gran abrazo.
ResponderEliminarUn recuerdo festivo inolvidable para quienes lo vivimos, Antonio. Muchas gracias.
ResponderEliminarUn abrazo.
La que no tiene novio, dice su madre
ResponderEliminaresta chiquilla mía no quiere a nadie.
Y luego era, y luego era
que no tenía nadie que la quisiera.
Y sigue con el estribillo del bancal de la Pepa.
Esta gata chamberilera se aprendió la canción en un coro es Estocolmo en los lejanísimos años 80. La directora dijo que era una jota aragonesa. Buscando la palabra esperfollo me he encontrado esta entrada de hace ya sus añitos y resulta que es un término murciano.