Es lógico que, a partir de cierta edad —y más lógico, quizás, cuanto más avanzada esa edad—, la vida, nuestra vida, aparezca poblada —aderezada, se me ocurre— de recuerdos de nuestra niñez, de imágenes de nuestra adolescencia, de escenas de nuestra juventud…; y en mi caso, muy poblada, superpoblada en gran parte, aunque estoy seguro de que también influye en ello el que dedico una buena parte de mi tiempo a escribir sobre ellos, sobre unos recuerdos no siempre diáfanos, claros, seguros…; a menudo… todo lo contrario: oscuros, borrosos, imprecisos…, y a veces, además, desagradables, incluso muy desagradables en ocasiones, tanto que preferiría que no acudieran a mi mente.
VALOR DEL PASADO
Hay algo de inexacto en los recuerdos:
una línea difusa que es de sombra,
de error favorecido.
Y si la vida
en algo está cifrada
es en esos recuerdos
precisamente desvaídos,
quizá remodelados por el tiempo
con un arte que implica ficción, pues verdadera
no puede ser la vida recordada.
Y sin embargo
a ese engaño debemos lo que al fin
será la vida cierta, y a ese engaño
debemos ya lo mismo que a la vida.
Benítez Reyes, Felipe:
Sombras particulares.
Madrid: Visor, 1992, pág. 36.
Y sí, desde luego que sí, así lo veo desde mi nostálgico ahora: en parte, si no totalmente, a ese engaño —¿autoengaño?— debemos lo que al fin será la vida cierta.
Hermoso poema y hermosa entrada, Pepe, también actuamos nosotros en la vida, somos en cierta manera actores, participamos de esa ficción de los recuerdos, y del propio día a día.
ResponderEliminarGracias, «Anónimo», por el comentario, con el que estoy totalmente de acuerdo.
EliminarUn abrazo, Mariano.
EliminarGracias. Otro para ti.
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