Al
principio, con solo lápiz, sacapuntas y borrador, como llamábamos a la goma de
borrar, hacíamos nuestros primeros trazos de escritura: líneas rectas, curvas,
mixtas..., que para mí eran pobres e insignificantes palotes, rayas, rol·les…
Posteriormente, me acuerdo de haber hecho mucha caligrafía, primero a lápiz, y
después, ya más diestro, con una rústica pluma (un plumín insertado en un
palillero) que tenía que introducir y mojar con mucha frecuencia en la tinta
contenida en una diminuta botellita de cristal, un tintero de la marca Pelikan
que, ya lo he dicho, no recuerdo si lo portábamos cada día los alumnos en la
cartera o —y esto me parece más lógico— permanecía en el colegio hasta que
había que reponerlo (en aquellas aulas no había pupitres; me acuerdo de unas
mesas —cada una para dos niños— que no llevaban incrustado tintero alguno).
La
caligrafía aparece en mi mente como una de las actividades más importantes del
colegio, y recuerdo que su corrección por parte de la monja encargada de la clase
me parecía demasiado minuciosa, y su calificación, en exceso rigurosa. Me
fastidiaba que se me hiciera repetir, una y otra vez —«las que hagan falta»,
escuchabas decir—, una letra, una palabra, una frase… hasta conseguir el grado
de perfección exigido.
Sí,
aunque sin detalles, recuerdo lo que me molestaba el que por cualquier nimiedad
—así me lo parecía— me obligaran a rehacer los trazos calificados como
defectuosos, sobre todo teniendo en cuenta que, tras el pertinente período de
tiempo haciendo la caligrafía a lápiz, pasabas a dibujar aquellas artísticas
letras mojando a menudo la pluma en la tinta que contenía aquel peligroso
tintero al alcance de tus manos, y al alcance de las manos de tu compañero de
mesa, y al de las manos, brazos y cuerpos de los que pasaban por allí cerca
pidiendo borrador o sacapuntas. No era tan raro que un roce, o un golpe, o un
empujón… —dado con o sin intención— provocara que cayese sobre tu página alguna
gota de tinta que diera al traste con tu costoso trabajo caligráfico; entonces,
cuando esto ocurría, aplicábamos en primer lugar el papel secante, y después
disponíamos de diversos medios para eliminar la mancha, entre los que recuerdo
un muy cuidadoso raspado con cuchilla si ya tenías edad suficiente y te daban
permiso para manejarla.
Continuará.
No hay comentarios:
Publicar un comentario