Cuando Juan se hizo cargo del videoclub, un traspaso de hace ya
bastantes años, recibió algunos consejos del anterior dueño del
negocio; entre ellos, este es el más curioso que recuerda:
—Debes saber —le dijo su antecesor— que, periódicamente,
vendrá Fulano —no un fulano, aunque no me acuerdo bien de lo que me dijo
Juan que le dijo su antecesor—, y verás que se pasea por el local
sin decir nada.
—¡¿Nada?!
—Nada. Tú únicamente tienes que coger unas pocas películas
porno, de las últimas recibidas, sean las que sean, meterlas en una
bolsa de plástico y, sin mediar palabra alguna con el cliente,
dárselas cuando pase por tu lado; si, pasado un rato, no lo hace, te
acercas tú a él y le das la bolsa igualmente.
—¿Y?
—El cliente se marchará.
—¿Y cómo se las cobro?
—No te preocupes, no hay problema, le cargarás el importe en su
cuenta del banco: está todo preparado y autorizado.
—¡Ah!
Las cosas claras.
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