Para realizar los
estudios de bachillerato de aquel plan de estudios que yo cursaba había que
aprobar un examen de ingreso, una prueba a la que acudías y a
la que te enfrentabas fuera de tu entorno habitual, si no muy asustado, sí con
cierto miedo.
Como en aquellos tiempos no
disponíamos de centros de enseñanzas medias en los pueblos, había que
desplazarse a la capital para hacer los exámenes, como alumnos libres, de los
distintos cursos de bachillerato, de todas las asignaturas de cada curso en un
solo día, año tras año, curso tras curso: ingreso, 1º, 2º... Así que la de
ingreso era solo la primera prueba, el preludio que inauguraba una buena serie,
unas cuantas más.
Siempre con algún
temor —en esta primera vez y en el resto— me sometí a este tipo de exámenes, a
los que mi madre me llevaba y me acompañaba sentada paciente y dulcemente en
algún banco del centro docente examinador durante todo el tiempo que duraban las pruebas. El protocolo
era siempre parecido, para esta prueba inicial de ingreso y para el resto.
Madrugábamos y tomábamos con tiempo sobrado el coche de línea que nos llevaba a
Murcia y nos dejaba en la calle Simón García, bastante cerca del lugar de
examen, que era el instituto Alfonso X
—ahora Licenciado Cascales—, un
sitio donde un servidor no conocía a casi nadie, solo
a los muy pocos que de mi mismo pueblo habían ido para
examinarse también, como yo. Ya en el instituto, tras una espera que siempre se
me hacía larga, con los nervios a flor de piel, nos iban llamando en sucesivas
ocasiones, para cada una de las distintas pruebas —Lengua, Matemáticas,
Dibujo…—, entrabas en el aula pertinente y... al final solía resultar que la preocupación,
como tantas otras veces y en tantos otros ámbitos me ha ocurrido, no era para
tanto.
Esta primera prueba, la de
ingreso, constaba de dos partes, una escrita, en primer lugar (recuerdo, con
poca claridad, una división de tres cifras y un dictado con unas cuantas
trampas ortográficas), y otra posterior,
oral, a la que, tras la escrita, eras llamado para que te presentaras ante un
tribunal compuesto por tres miembros sentados al otro lado de una mesa rectangular, tres profesores que te hacían
unas pocas preguntas:
—¿Cuáles son las provincias de Castilla la Vieja?
—Santander, Burgos, Logroño, Soria, Segovia y Ávila.
—Nombre de los Reyes Católicos.
—Isabel y Fernando.
—¿Por dónde pasa el río Tajo?
—Por Aranjuez..., por Toledo..., por...
—Aprobado, te puedes ir.
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