A Tomás Cayuelas, además de su bonhomía, lo caracterizan la envergadura
de su físico, su perenne buen humor, un vocabulario muy particular y un gracejo
campechano en su más que abundante parloteo. Él fue la primera persona a la que
recuerdo haber escuchado la expresión «sin
en cambio», que desde entonces he oído de vez en cuando en el pueblo y
siempre me ha chocado.
La
expresión «sin en cambio» podría ser calificada como «súper locución adverbial», pues une en un curioso mezclijo
el poder de dos locuciones de este tipo: «sin embargo» (sin que sirva de impedimento) y «en cambio» (por el contrario).
Cuenta Tomás (que por su aspecto físico, su
fortaleza, me trae a la memoria a Josechu El Vasco) y lo hace con gracia, como
suele relatar sus cosas, que cuando estuvo trabajando en el extranjero, conoció
bastante bien, pues se alojaba en la misma casa que él, a un gallego que hacía (provocaba
es término más preciso, por lo que cuenta nuestro amigo) un rol•le alrededor de su persona, bien
fuera en el autobús, en el metro o en cualquier medio de transporte público que
utilizara. El rol•le o corro en torno al gallego se
debía a que la gente que lo rodeaba comenzaba a distanciarse prudentemente de
él, a protegerse respetando un círculo a su alrededor, el famoso cordón de
seguridad, porque el individuo en cuestión olía muy mal, atufaba.
¿Que por qué atufaba? Pues...
para que se hagan una idea, a continuación va un botón, como el de la famosa
muestra.
Dice Tomás, que relata la
historia acompañándose de gestos ilustrativos muy enriquecedores, que el
gallego tenía dos pares de calzoncillos: los que llevaba puestos y otros que
guardaba debajo del colchón de su cama, entre este y el somier. Cuando quería
«mudarse», se quitaba los calzoncillos que llevaba puestos y los sustituía por
los otros, que, sin haber sido lavados, estaban esperando el cambio en el lugar que días antes se les
había asignado.
En
el diccionario de María Moliner, muda es, en su segunda acepción, el «conjunto
de la ropa interior que se suele cambiar de una vez» (pone como ejemplo: «Ponme
en la maleta un traje y una muda»). En
mi memoria, igualmente, la muda es la ropa interior, y mudarse, el cambio de ropa interior;
y recuerdo que en mi infancia a los niños nos mudaban una vez a la semana.
Cuando pasaban otros cuantos
días (demasiados, por lo escuchado a Tomás, que dice que..., tirando por lo
bajo, podría ser que su compañero de piso se mudara quincenalmente), el gallego
repetía la misma operación, ahora a la inversa: se quitaba los calzoncillos que
llevaba puestos, los ponía bajo el colchón, sobre el somier, y se ponía los que
allí había dejado quince días antes, que, por supuesto, estaban tiesos, como
acartonados, insiste el narrador tapándose la nariz en un gesto exageradamente
cómico.
Según días y tiempo disponible,
Tomás incluye en la narración pequeñas variaciones, algunos matices que sin
alterar la esencia de la misma, la enriquecen; son los ornamentos, como el
referido a cuando el gallego, en una ocasión, se decide a lavar los
calzoncillos empujado por nuestro amigo, que le hace ver el amarillento «bordón»
que los orla; entonces los lava en la bañera, solo con agua y pisándolos como
si de uvas para hacer vino se tratasen; después los tiende en una cuerda donde penden
totalmente tiesos, acartonados y con un extendido y ahora más difuminado color
amarillento, un indefinible tono anicotinao.
Hay que ver (los gestos que acompañan la narración son
muy importantes) y escuchar muy atentamente a Tomás cuando habla del estado en
que estaban los calzoncillos del gallego, tanto los que se quitaba como los que
esperaban su turno para ser utilizados, siempre sin lavar, por supuesto.
Sin escatologías innecesarias, sabes, Pepe, que la semana era demasiado larga para que, al final de ella, algo de tufillo no sobresaliese por la parte baja del pantalón, corto o bombacho. El pobre gallego aprendió que ser el centro del rol.le no era buen lugar y de los gestos psicomotrices de Tomás, percibidos por la meticulosidad del relato escrito, provocan la carcajada. Enhorabuena. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias, Antonio. Tendrías que ver y escuchar a Tomás contarlo. Algún día que coincidamos los tres, le pincharé para que lo haga.
ResponderEliminarUn saludo.