Tres términos para definir un mismo tipo de letra: el que yo tiendo a utilizar —no siempre— cuando escribo a mano, aunque, ahora y desde hace bastantes años, con la presencia constante en mi vida del ordenador y sus posibilidades tipográficas, lo practico muy poco: lo de escribir a mano, digo.
Habitualmente, suelo referirme a ella como cursiva, como letra cursiva; también, desde hace ya un tiempo, la vengo viendo a menudo, sobre todo en programas informáticos, calificada como itálica; sin embargo —y conozco bien el vocablo—, hacía mucho tiempo que no me la encontrada con el nombre de bastardilla, que es como aparece —lo he leído hace poco— en la novela Niebla, de Miguel de Unamuno, en un fragmento de su prólogo, firmado por Víctor Goti, que, en realidad es un personaje de la obra (un ardid del autor de esta «nivola», un palabro —neologismo— inventado por Unamuno para referirse a sus propias obras de ficción narrativa); en la novela, o nivola —como se quiera—, Víctor es el mejor amigo de Augusto Pérez, el protagonista de la misma, con el que dialoga y discute constantemente.
Adviértase que, para una mayor claridad, en el párrafo anterior he escrito, cada uno de los tres términos que califican este tipo de letra, con la característica que la define: inclinada, con la parte superior de la misma hacia delante (en alguna gente, cuando escribe a mano, también se da el caso de una inclinación con la parte superior hacia atrás: a mí no me gusta).
Pongo
a continuación, pues me resulta interesante, el fragmento que he seleccionado
del prólogo de Niebla (escrito en su totalidad en letra bastardilla,
algo que me parece muy significativo), donde su autor —recuérdese, un personaje
ficticio de la obra— pone en boca de don Miguel lo que este opina al respecto:
del uso de la letra bastardilla y de otros tipos de resaltado tipográfico.
«[…]
porque me encocoran y ponen de mal humor los subrayados y las palabras en
bastardilla. Eso es insultar al lector, es llamarle torpe, es decirle: ¡fíjate,
hombre, fíjate, que aquí hay intención! Y por eso le recomendaba yo a un señor
que escribiese sus artículos todo en bastardilla para que el público se diese
cuenta de que eran intencionadísimos desde la primera palabra a la última. Eso
no es más que la pantomima de los escritos; querer sustituir en ellos con el
gesto lo que no se expresa con el acento y entonación. Y fíjate, amigo Víctor,
en los periódicos de la extrema derecha, de eso que llamamos integrismo, y
verás cómo abusan de la bastardilla, de la versalita, de las mayúsculas, de las
admiraciones y de todos los recursos tipográficos. ¡Pantomima, pantomima,
pantomima! Tal es la simplicidad de sus medios de expresión, o más bien tal es
la conciencia que tienen de la ingenua simplicidad de sus lectores. Y hay que
acabar con esta ingenuidad». (Unamuno,
Miguel de: Niebla. Madrid: El País, 2002, pág. 10).
Por cierto, creo que nunca antes —hasta la lectura de Niebla— me había encontrado con la palabra «encocorar», que considero muy bien utilizada en el contexto en que aparece, pues su significado, según el diccionario de la Real Academia Española es:
encocorar
De en- y cócora.
1. tr. coloq. Fastidiar, molestar con exceso. U. t. c. prnl.
Sin.: fastidiar, enojar, irritar, molestar, incordiar, jorobar, crispar, agallarse.