SECCIONES

viernes, 25 de noviembre de 2016

Sobre la vejez (y 4)

A pesar de los pesares es el título de un libro sobre la vejez recientemente leído, una obra con las reflexiones “serias” —nada de autoayuda baratera— de Aurelio Arteta, catedrático de Filosofía Moral y Política. En la portada, tras el título, aclara el autor el contenido del libro: Cuaderno de la vejez. Y dentro nos encontramos con una decena de capítulos con títulos bastante explícitos:
Tiempo
Muerte
Escapatorias
Rebelión
Mayores y menores
Vejez
Viejos
Achaques
Prejuicios
Antídotos
A mediados de 2006, el autor —que asegura no haber hecho nada para llegar hasta aquí, que lo empujaron los años que tiene: ahora casi setenta— empezó a recoger sus pensamientos sobre la vejez, quizás porque, como dice Canetti —la cita se la tomo a Arteta— “Todo lo que anotamos tiene un ápice de esperanza por mucho que proceda de la desesperación”.
Arteta, después, solo ha tenido que seleccionar y corregir, siempre de la mano —“encaramado sobre sus hombros”, dice él— de otros pensadores, antiguos y modernos, que en ello le han acompañado; también recurre a máximas, tópicos, refranes…; y todo, dice, porque —aquí tienen algunas de sus reflexiones—:
“Una vejez pensada tiene que ser por fuerza distinta de una vejez simplemente vivida. O, si se prefiere, el viejo autoconsciente deberá mejorar al viejo que ha reflexionado menos acerca de su propia condición” (pág. 10).
“Parece obligado que la meditación más cabal sobre la vejez deba emprenderla un viejo” (pág. 10).
“[...] se ha escrito también: «Quien alaba la vejez no le ha visto la cara».” (pág. 195).
“No me hago ilusiones sobre mí mismo, pero suelo asustarme cuando intuyo lo que muchos cargan en sus mochilas al traspasar ese umbral. Alguien lo llamó tedium vitae y es de temer que, en medio de ese tedio, estén llamando a la muerte de tanto como malemplean su vida. (pág. 220).
Entre la citas de los autores sobre cuyos hombros se empina Arteta, he hecho una selección:
Elias Canetti
[Sobre la brevedad de la vida] “¿Cien años? ¡Cien miserables años! ¿Es esto demasiado para una intención seria?”. (págs. 38-39).
Epicuro
“Mejor no haber nacido. Y en caso de haber nacido, pasar cuanto antes las puertas del Hades”. (pág. 93).
Miguel de Unamuno
“El hombre es perecedero. Sea; pero perezcamos resistiendo [...]” (pág103).
Arcadi Espada
“El niño se levanta y vive, y el viejo se levanta y dice «vamos a vivir»”. (pág. 116).
André Comte-Sponville
“No hay personas mayores. No hay más que niños que hacen como que han crecido o que, en efecto, han crecido, pero sin poder creérselo del todo, sin que hayan conseguido borrar el niño que fueron, que todavía son, a pesar de tantos cambios...” (pág. 120).
Envejecer “es vivir todavía, luchar todavía, actuar todavía, amar todavía. Es superar el cansancio, el aburrimiento, la desgana, el temor, el horror [...]”. (pág. 195).
Jean Améry
“Envejecer es pensar en morir”, corresponde a esa “fase en la que topamos con el pensamiento de la muerte”.
“Envejecimiento cultural”, que es responsable de esa pesarosa sensación de extrañamiento total que afecta a quien no puede adaptarse a la novedad. (pág. 181)
Philip Roth [en boca de sus personajes]
“Nadie quiere enfrentarse a la vejez antes de que se presente y ya no quepa eludirla. Así nos salen de mal las cosas cuando nos alcanza...” (pág. 136).
“La vejez es una batalla, querido, si no es con esto, entonces es con lo otro. Es una batalla implacable, y precisamente cuando estás más débil y eres menos capaz de invocar tu viejo espíritu de lucha [...] la vejez es una masacre”. (pág. 137).
“No poder cuidar de ti misma, la patética necesidad de que te consuelen [...] No puedes ni imaginarte. La dependencia, la impotencia, el aislamiento, el temor... todo es tan atroz y vergonzoso. El dolor hace que sientas miedo de ti misma. La completa otredad de todo ello es algo espantoso”. (pág. 206).
Michel Houellebecq
“Pero la cercanía de la muerte torna humilde a un hombre”. (pág. 141).
Michel de Montaigne
[Creyéndose ya mayor]: “De ahora en adelante solo seré medio ser, ya no seré yo”. (pág. 141).
Fernando Savater
“Y con todo, ¿saben lo que es lo indudablemente peor de la tercera edad? Que no hay cuarta. (pág. 151).
“Hay una humillación a la que nada resiste y que derrota cualquier rebeldía por medio del ridículo: la de envejecer”. (pág. 205).
Gabriel García Márquez
[Cien años de soledad]: “el secreto de una buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad”. (pág. 160).
Jesús Ferrero
La vejez “resulta ingrata porque es la edad del narcisismo profundamente herido. ¿Qué fue de la belleza, de la fuerza, del futuro?” (pág. 193).
Norberto Bobbio
“Quien ha entrado en la edad tardía vive, más o menos angustiosamente, el contraste entre la lentitud con que se ve obligado a proceder en su trabajo, que requeriría disponer de más tiempo para realizarlo, y el inevitable acercarse del fin [...]. Empleo más tiempo y tengo menos. (pág. 219).
“Contra el miedo actúa el taedium vitae, que hace de la muerte una meta no temible, sino deseable. A la esperanza, que puede socorrer al sufriente en situaciones que parecen desesperadas [...], se opone el cupio dissolvi, o sea el deseo de desmoronamiento, de no ser”. (pág. 243).
Marco Tulio Cicerón
“El arma mejor adaptada como estrategia para combatir la vejez es el ejercicio de los valores humanos”. (pág. 219).
“Pero yo prefiero ser viejo menos tiempo que hacerme viejo antes de serlo”. (pág. 220).
Edith Warton
“Otro generador de vejez es el hábito: el mortífero proceso de hacer lo mismo de la misma manera a la misma hora día tras día, primero por negligencia, luego por inclinación y al final por inercia o cobardía [...]. El hábito es necesario; es el hábito de tener hábitos lo que una debe combatir incesantemente si quiere continuar viva”. (pág. 246).
Oscar Wilde
“Lo peor no es envejecer; lo verdaderamente malo es que no se envejece”. (pág. 249).
André Maurois
“El arte de envejecer es el arte de conservar alguna esperanza”. (pág. 255).
Acudo ahora, para terminar, a Salvador Pániker (Diario del anciano averiado), que considera la vejez “una devastación”, pero, dice, “con un poco de suerte la senectud puede ser recapituladora, sabia”. Persigue Pániker “un enfoque musical de este asunto, la senectud como allegro ma non tanto, remate airoso de la sonata de la propia vida. Sin excluir las inevitables disonancias”, añade. Y afirma que se va “acercando al final con relativa entereza”; justo lo que me gustaría a mí: ya que no con total entereza —¡ojalá!—, que me parece muy difícil, sí con relativa entereza. ¡Ah!..., y abonico.

domingo, 20 de noviembre de 2016

Sobre la vejez (3)

“¡Vaya! —me digo, exagerando—, ¡por fin encuentro algo escrito sobre la vejez que me toca positivamente las neuronas!”. Es Reválida, un artículo de Francisco Calvo Serraller en que comenta algunos versos de un libro de la poeta estadounidense Louise Glück (Nueva York, 1943), publicado en nuestra lengua con el título Vita Nova (Pre-Textos). Se trata de versos que calan hondo:
Nota: la parte escrita en verso es de la poeta, Louise Glück, y la que está en prosa, del autor del artículo, Francisco Calvo Serraller. La negrita es toda de Abonico.
“Me he convertido en una anciana.
He acogido con agrado la oscuridad
que tanto temía”
[…]
“Sólo se sabe después de muchos años.
Sólo después de una larga vida si uno está preparado
para entender la ecuación”
[…]
Y esa ecuación es la de saber que las pérdidas, según y cómo, pueden trocarse en ganancias, como, por ejemplo, la de adquirir ese genio del maestro, “en cuya mente ágil
el tiempo transcurre en dos direcciones: hacia atrás
desde el acto al motivo
y hacia delante hacia una decisión justa”
De manera que ya lo estamos viendo: según se desmedra el cuerpo, parece amplificarse la mente, que no es sólo el mero rebullir de unas neuronas cada vez más apocopadas. Porque ahí interviene de manera decisiva ese procesador del siempre superabundante cerebro que llamamos consciencia, la cual rinde poco o casi nada durante la pletórica infancia; muy parcialmente todavía durante la apoteosis neuronal de la adolescencia, y aún con muchísimos agujeros en blanco incluso en la juventud. Ya que, en cualquiera de estas etapas de creciente plenitud física, hay poco que procesar: nos falta experiencia. No en balde la vida hay que vivirla hasta el final, porque a nadie se le alumbra la consciencia sin haber visto venir la muerte, que avanza de puntillas, quedamente, “tan callando”.
Sí, han leído bien: “a nadie se le alumbra la consciencia sin [...], que avanza” —¡ojalá!— abonico.

lunes, 14 de noviembre de 2016

Sobre la vejez (2)

La vejez de Alberto Cortez
Decía al final de la entrada anterior que no quería parecer un don Berrinche y que para compensar el aire triste, seco… algo duro, del artículo que les estaba espetando sobre la vejez, en la siguiente entrada, esta de ahora, les ofrecería algo más dulce sobre la “etapa dorada de la vida”, la del pensionista jubilado.
Y aquí está mi oferta: hoy les invito a escuchar atentamente La vejez, una canción del compositor, cantante y poeta argentino Alberto Cortez, uno de mis favoritos desde hace muchos años, que lo mismo musicaliza y canta textos del Marqués de Santillana, de Lope de Vega, de Antonio Machado..., que lo hace, más frecuentemente, con los suyos propios: En un rincón del alma, Cuando un amigo se va, Distancia, Mi árbol y yo, El abuelo, Callejero...
En La vejez, Cortez, aunque prudentemente, poéticamente, dice con bastante claridad —atentos al estribillo— de lo que va el asunto, con un texto bastante amable que, ¡claro!, con el añadido de la música, gana en dulzura —lo que les prometí— y resulta todavía más abonico.
Aprovecho para recomendarles que observen lo bien que canta (utilizo el presente aunque no sé si lo seguirá haciendo ahora, con setenta y seis años de respetable edad), que se fijen en la afinación, en el timbre de su voz, en cómo musicaliza sus textos...: en su gusto poético y musical en definitiva.
Y, aunque no la necesitan, les añado la letra (aquí, más abajo, y también junto a la foto que acompaña la audición: elijan la lectura que les resulte más cómoda), que a muchos vendrá bien. La he encontrado en Internet y como dudo de su originalidad me he atrevido a modificarle un poco la puntuación.


        LA VEJEZ
Me llegará lentamente
y me hallará distraído,
probablemente dormido
sobre un colchón de laureles.
Se instalará en el espejo,
inevitable y serena,
y empezará su faena
por los primeros bosquejos.
Con unas hebras de plata
me pintará los cabellos
y alguna línea en el cuello
que tapará la corbata.
Aumentará mi codicia,
mis mañas y mis antojos
y me dará un par de anteojos
para sufrir las noticias.

La vejez...
está a la vuelta de cualquier esquina,
allí, donde uno menos se imagina,
se nos presenta por primera vez.
La vejez...
es la más dura de las dictaduras,
la grave ceremonia de clausura
de lo que fue la juventud alguna vez.

Con admirable destreza,
como el mejor artesano,
le irá quitando a mis manos
toda su antigua firmeza,
y asesorando al galeno,
me hará prohibir el cigarro
porque dirán que el catarro
viene ganando terreno.
Me inventará un par de excusas
para amenguar la impotencia,
"que vale más la experiencia
que pretensiones ilusas",
y llegará la bufanda,
las zapatillas de paño
y el reuma que, año tras año,
aumentará su demanda.
La vejez...
es la antesala de lo inevitable,
el último camino transitable
ante la duda... ¿qué vendrá después?
La vejez...
es todo el equipaje de una vida
dispuesto ante la puerta de salida
por la que no se puede ya volver.
A lo mejor, más que viejo,
seré un anciano honorable,
tranquilo y, lo más probable,
gran decidor de consejos;
o a lo peor, por celosa,
me apartará de la gente
y cortará lentamente
mis pobres últimas rosas.
La vejez...
está a la vuelta de cualquier esquina,
allí, donde uno menos se imagina,
se nos presenta por primera vez.
La vejez...
es la más dura de las dictaduras,
la grave ceremonia de clausura
de lo que fue la juventud alguna vez.

                   Letra y música: Alberto Cortez

martes, 8 de noviembre de 2016

Sobre la vejez (1)

Aunque la temática de mis intereses literarios es muy variada, demasiado, ¡mal asunto!, me digo, cuando uno de sus focos comienza a girar sobre la vejez o sobre cómo se enfrenta a un ictus el escritor de turno. Escribo esto porque entre los libros adquiridos este último año —navidad, cumpleaños, santo…: me los autorregalo— algunos tratan de estos temas.
Ahora se impone el whatsappeo pero hasta no hace mucho —y todavía, aunque menos— el medio de difusión preferido era el correo electrónico. ¿No han recibido y/o reciben ustedes, sobre todo los ya mayorcitos, con alguna frecuencia, correos, con un powerpoint añadido, elaborado con una supuesta “buena música” de fondo y unas empalagosas “maravillosas imágenes”, elogiando la tercera edad —no la vejez, ¡faltaría más!—, y resaltando, con un texto manifiestamente mejorable —nunca de quien te lo manda, por cierto—, resaltando, digo, lo bien que se vive de jubilado, de pensionista, lo buenísima que es la vida en esa “maravillosa” tercera edad?
No hace mucho me decía un familiar, jubilado ya hace años, que la mejor etapa de su vida era la actual, que nunca había estado tan bien como ahora (ese “ahora” era de entonces, pues en el ahora de ahora está algo más jodido). Y un amigo, y compañero de andaduras —anda-duras—, justifica esta tesis argumentando que para la mayoría de la gente la vida ha sido dura o muy dura y al llegar a la jubilación se liberan de ataduras y son más felices.
Bueno… pues… muy bien. No voy a hacer una lista de los achaques, mermas y problemas que tengo desde hace años, o de los que veo y escucho a mi alrededor, con frecuencia en mayor cantidad y peores que los míos; me limitaré a exponer lo que dice LA CIENCIA —observen las mayúsculas— respecto de la vejez:
El envejecimiento
El envejecimiento cursa con una serie de cambios físicos y mentales que son la expresión del declive de las funciones del organismo. Disminuye el peso a expensas de la masa muscular, el hueso y los tejidos nobles, aunque la cantidad de grasa y tejidos de relleno puede aumentar. Merma la fuerza muscular, las articulaciones se deterioran y los movimientos se hacen torpes e inseguros. Se pierde capacidad visual y auditiva. Se pierde memoria, rapidez de reacción, confianza en sí mismo y capacidad prospectiva (de planificar el futuro). Hay un declive de la función sexual y se agota la capacidad reproductora. Las paredes de los vasos se endurecen y se llenan de depósitos y el corazón pierde gran parte de su capacidad funcional. Las funciones respiratoria, digestiva y renal se hacen también problemáticas. Disminuye la secreción de casi todas las hormonas y el control metabólico sucede con cierta dificultad. La regeneración de los tejidos se hace más lenta y las heridas tardan en cicatrizar. La inmunidad funciona perezosamente y la capacidad defensiva del organismo frente a las infecciones disminuye. La incidencia de enfermedades aumenta dramáticamente. No solo enfermedades infecciosas, sino degenerativas y tumorales. A partir de los cuarenta años la incidencia de cáncer se dobla cada nueve años. Un 30 por 100 de las personas de más de ochenta y cinco tienen o han tenido algún tipo de cáncer, un 75 por 100 sufre entre tres y nueve enfermedades crónicas y un 50 por 100 no pueden valerse por sí mismas. La causa de la muerte en estas personas es, con frecuencia, desconocida.
Ciertamente, envejecer no es divertido y la eterna juventud ha sido un anhelo, también eterno, de la humanidad. […] (Javier García Sancho —Catedrático de Fisiología. Instituto de Biología y Genética Molecular Facultad de Medicina, Universidad de Valladolid – CSIC.—, en La Ciencia en tus Manos, Pedro García Barreno (director), Espasa Calpe, pág. 401).
¡¿Qué?!, ¡¿la mejor etapa de la vida?! ¿Es que no tenemos espejos en nuestras casas? ¿no nos miramos? ¿Es que no reflexionamos? ¿Acaso pertenezco al, por lo visto, escaso número de quienes sí se dan cuenta, de aquellos que notan el deterioro, las limitaciones, las barreras…? ¿o… es que todo esto a “los otros” les afecta menos? ¿Les afecta menos porque no tienen esas limitaciones o las tienen más atenuadas? ¿porque son menos sensibles? ¿menos exigentes?... ¿Les faltan neuronas? ¿tienen deterioradas las que poseen?
Bueno… parece que al final se me ha ido un poco la mano, lo siento. Y como no quiero que esto quede así de bronco, como un berrinche, lo voy a suavizar un poco; les prometo, para la próxima entrada, continuar con la vejez, pero, haciendo honor al nombre del blog, lo haré más dulcemente, más poéticamente: musicalmente.
Permanezcan atentos a sus pantallas.

miércoles, 2 de noviembre de 2016

Pater noster

En el medio pagano de la Antigüedad, durante los tres primeros siglos de nuestra era, los cristianos pertenecían a sectas prohibidas, pero ya en el s. IV (Constantino, Edicto de Milán, año 313) el cristianismo pasó de ser perseguido a convertirse en la religión oficial del Imperio Romano, y los hasta entonces clandestinos cristianos, que ya valoraban la música y cantaban en las catacumbas, salieron a la calle y se manifestaron públicamente, algunos excesivamente (vean Ágora, de Alejandro Amenábar).
Al principio no crearon nuevo repertorio musical, simplemente utilizaron, adaptándolo, lo que había a su alrededor, lo que el pueblo cantaba. Según los especialistas, se aprecian en estas músicas dos claras influencias: De un lado, la de la cultura grecorromana, de la que heredaron la teoría musical con su sistema modal y la valoración ética de la música, muy adecuada para elevar el alma. Y de otro lado recibieron la influencia del pueblo hebreo, de los judíos, de quienes heredan la importancia del canto en el culto religioso y la utilización de largos melismas en dicho canto.
Esta primera música cristiana es esencialmente vocálica y religiosa (para el culto), y sus cantos adoptan dos formas principales: la responsorial (alternancia entre un solista y un grupo) y la antifonal (alternancia de dos grupos). Las formas litúrgicas más significativas fueron:
  • La salmodia.- El modo de cantar los salmos —textos poéticos del Antiguo Testamento, atribuidos al rey David— en el oficio.
  • La himnodia.- Composiciones versificadas —canciones— de alabanza a Dios.
  • Los aleluyas.- Expresiones de júbilo y alabanza. Aclamaciones heredadas de la sinagoga; solían estar adornadas con largos melismas.
Como los cristianos se habían extendido por distintas zonas de Europa, norte de África y costas de Asia Menor, con el tiempo se formaron distintas escuelas regionales, cada una con su propio repertorio musical. De ellas fueron notables: en Bizancio, la Bizantina; en Francia, la Galicana; en la península itálica, la Romana (en Roma) y la Ambrosiana (en Milán); y en la península ibérica, la Visigótica —más tarde llamada Mozárabe—, en Toledo.
Esta dispersión y variedad chocaba con el centralismo del papado romano, que terminó por “unificar” el rito imponiendo (no sin dificultades, y en unos sitios más que en otros), el canto romano, lo que supuso el origen de lo que hoy conocemos con el nombre de canto gregoriano, debido al papa que puso su empeño en la unificación: Gregorio I, conocido también como Gregorio Magno y como San Gregorio.
Bien..., aclarado que no todo el canto llano perteneció al Gregoriano, Abonico quiere ofrecer una obra perteneciente a uno de esos repertorios pregregorianos, a una de esas escuelas regionales anteriores a la unificación gregoriana; se trata de un paternóster de “nuestro” repertorio, del visigótico, mozárabe o hispánico.
El Pater noster (Padre nuestro, traducido del latín) es un canto perteneciente al ordinario de la misa (la parte que era siempre igual y no variaba según la fiesta del día). Se canta en forma responsorial: el sacerdote desgrana las peticiones del padrenuestro y el coro responde a cada una con la aclamación Amén —así sea—, que cambia en el versículo 5º y en el final. La melodía, totalmente silábica —sin melismas—, es parecida a otras de los ritos ambrosiano y romano antiguo, por lo que pudiera proceder de un repertorio común anterior.
Aquí tienen la letra:
Pater noster qui es in cælis. Amen.
Sanctificetur nomen tuum. Amen.
Adveniat regnum tuum. Amen.
Fiat voluntas tua sicut in cælo et in terra. Amen.
Panem nostrum quotidianum da nobis hodie. Quia Deus es.
Et dimite nobis debita nostra sicut et nos dimitimus debitoribus nostris. Amen.
Et ne nos inducas in tentationem. Sed libera nos a malo.
Aquí, la traducción:
Padre nuestro que estás en los cielos. Amén.
Santificado sea tu nombre. Amén.
Venga a nosotros tu reino. Amen.
Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo. Amén.
El pan nuestro de cada día dánosle hoy. Porque eres Dios.
Y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Amén.
Y no nos dejes caer en la tentación. Mas líbranos de mal.
Y aquí, la audición, a cargo del Coro de Monjes de la Abadía de Santo Domingo de Silos, dirigido por Ismael Fernández de la Cuesta.