A
mi amigo Ambrosio le gusta pedirme, en reuniones de maestros
compañeros de colegio —acontecimientos festivos colectivos, casi
siempre comidas—, sobre todo cuando ya llevamos unas cuantas copas
de vino en el cuerpo, que “recite” el argumento según el cual
San Anselmo
pretende —y supongo que para muchos consigue— demostrar la
existencia de Dios.
La
verdad es que no me acuerdo cuándo y dónde lo aprendí; tampoco sé
si mi recuerdo es totalmente fiel al original estudiado; creo que sí.
Así
lo recuerdo:
Aquello
mayor que lo cual nada puede pensarse, debe existir en la realidad y
no solo en el entendimiento; es así que Dios es aquello mayor que lo
cual nada puede pensarse, luego Dios debe existir en la realidad.
¡Toma
ya!
Dice
la Wikipedia
que
El
argumento
ontológicopara
la existencia de Dios es un razonamiento apriorístico que pretende
probar la existencia de Dios empleando únicamente la razón; esto
es, que se basa únicamente —siguiendo la terminología kantiana—
en premisas analíticas, a priori y necesarias para concluir que Dios
existe. Dentro del contexto de las religiones abrahámicas, el
argumento ontológico fue propuesto por primera vez por el filósofo
medieval Avicena en El
libro de la curación,
aunque el planteamiento más famoso es el de Anselmo de Canterbury
[…]
—¿Este
Anselmo de Canterbury es San Anselmo?
—Sí.
—¿¡”Empleando
únicamente la razón”!?
—Eso
dice.
—¿¡Qué
razón!?
A
muchos les parece una suerte de juego de manos teológico, como sacar
a Dios de una chistera. (John
Allen Paulos, Elogio
de la irreligión,
Tusquets).
Un huertano va al pueblo, entra en una tienda de las de antes, de las
que tenían de todo.
—¿Tiene mencheroh?
—¡Oiga! ¡¿Qué educación es esa?! —responde el tendero muy
apersonao, tratando de articular, exageradamente, todos los
sonidos como si de Valladolid fuera— Salga usted a la calle, vuelva
a entrar y diga “buenos días, por favor ¿tiene usted
encendedores?”.
El cliente, cabizbajo, pensativo... muy mosqueado, sale a la calle y
vuelve a entrar, ahora muy serio.
—Buenohdíah, por favor... ¿tiene’uhté’encendedoreh? —dice, esforzándose pero articulando bien solo algunas palabras.
—Buenos días —contesta el tendero con bastante rimbombancia—,
sí, en efecto, tengo encendedores...
El huertano, cabreado, no lo deja seguir, lo interrumpe.
—Pues... —contesta al tiempo que levanta amenazador el índice de
la mano derecha, convencido de que se la quieren empantillar—
¡métaselos en el pijo!, que lo que yo quiero es... —eleva
exageradamente las cejas en una leve pausa— ¡¡¡un menchero!!!
***
Yo no llegaré a tanto pero quiero decir que, en mi pueblo, no
utilizo la Calle San Rosendo, utilizo la Calle
del Rosendo y
lo hago con frecuencia. Y es que la Calle San
Rosendo, en Santomera, no es la Calle San Rosendo, es la
Calle del Rosendo.
A continuación, trataré de explicarme.
Cuando todavía no tenía nombre “oficial”, cuando aún no había
rótulo alguno, la gente del pueblo, para referirse a ella, la
llamabaCalle del Rosendo; entiendo que era así porque
comenzaba justamente en la esquina de la tienda del Rosendo,
y la tienda del Rosendo era un comercio muy conocido en la localidad.
Cuando preguntabas a alguien del lugar, como se estilaba entonces,
por ejemplo, “buenos días, buen hombre, ¿me podría usted decir
dónde está el horno delMellao?”, normalmente ese
alguien te contestaba: “muy fácil, oiga, se mete uhted por
la Calle del Rosendo,top'arribatop'arriba, y al llegar a la Plaza de loh
Ehpinosah, allí mihmico tiene el hohno que buhca”.
En lo que no nos ponemos de acuerdo los miembros que quedamos de la
familia del Rosendo es en la identidad de la persona que
cambió el nombre de la calle al pasarlo a los planos, pero eso es lo
de menos, porque lo que este artículo quiere dejar claro es lo dicho
más arriba: que la calle cuyo rótulo reza Calle San Rosendo
es la Calle del Rosendo.
Como la familia es lo primero, la semana pasada
se me quedó en el tintero, dispuesto para una segunda entrega sobre
el saxofón “recto”, un famoso instrumentista al que traigo aquí
sobre todo por la proeza de conseguir sobre su instrumento el record
mundial de soplo continuado, sin interrupción.
Aunque sus interpretaciones no figuran entre
mis favoritas —me resultan demasiado almibaradas—, creo que a
muchos de ustedes sí les gustará su estilo “romántico”, y por
ello les propongo que escuchen ahora el sonido del saxofón soprano
del estadounidense Kenneth Gorelick (n. en 1956), ganador de
un Grammy, más conocido por su nombre artístico, Kenny G.
Aunque también toca los saxofones alto y tenor, su preferido es el
soprano.
Kenny G entró en 1997 en el libro Guinness de los récords al
ser capaz de mantener una nota durante 45’47’’, ¡tres cuartos
de hora sin interrupción! La técnica para hacer esto es conocida en
el mundo de los instrumentistas de viento como respiración
continua (también como respiración circular) y es
utilizada para no interrumpir la emisión de
sonido mientras se inspira; se trata de no “cortar” la columna
saliente de aire en el momento de inspirar; y consiste en introducir
aire por la nariz al mismo tiempo que se expulsa el que previamente
se ha almacenado en la boca, algo que a mí, que conozco la técnica
ya muchos años, me pone los nervios de punta con solo pensarlo.
Dicho de otra forma: se almacena un poco de aire en la boca y se
expele mientras se inspira por la nariz; después se continúa
soplando desde los pulmones.
Y la obra elegida es As Time Goes By, traducida
habitualmente como El tiempo pasará, una canción de
Herman Hupfeld, muy conocida sobre todo gracias a una de las
más famosas escenas de la historia del cine, una secuencia de la
película Casablanca en la que el personaje que
interpreta IngridBergman le pide al pianista, Dooley
Wilson, que toque la canción. Curiosamente, aunque se ha hecho famosa la frase
“tócala otra vez, Sam”, en realidad no es eso lo que se
dice en la película.
Cuando “saqué” las oposiciones, lo primero que había que hacer
tras el papeleo era elegir destino: el primero como propietario
provisional (en realidad, el primer año se consideraba de
prácticas). Entre las localidades —o nombres de centros, no
recuerdo bien— que aparecían en la lista de vacantes, estaba
Torreteatinos, que asocié inmediatamente con Los Teatinos,
un lugar junto al Santuario de la Fuensanta,cerca de la
Cresta del Gallo, en Algezares; Rafa, mi cuñado, maestro también,
me dijo que me enterara bien, que él creía que la escuela estaba en
El Raal; y no andaba equivocado.
“[...] en El Raal, pedanía
de Murcia, se alza aún hoy la casa-torre Teatinos, que ha prestado
recientemente su nombre al colegio público Torreteatinos, evocando
un remoto pasado en que los jesuítas fueron dueños de casi todas
las tierras de ese anejo murciano”. (Gómez
Ortín, Francisco:
El topónimo
murciano Los Teatinos).
Y así llegué al colegio Nuestra Señora de los Dolores,
mi primer destino tras las oposiciones, y allí fui compañero de
José Luis Nicolás, uno de mis mejores amigos desde entonces
hasta su muerte hace unos años. También fui compañero d'El
Pupi, un ejemplar de maestro un tanto
especial.
El Pupi era de ciencias. Daba clases de Matemáticas, Física,
Química…, las asignaturas más importantes, ya saben ustedes. Y
era muy aficionado a los aparatitos, a los cacharros, a comprar
artilugios, cosas de segunda mano… Cuando se enteró de que yo
estaba estudiando flauta travesera, me dijo, con mucha —demasiada—
suficiencia:
—Pues yo tengo una flauta recta: la he comprado de ocasión.
—¡Ah, sí! —contesté yo, creyendo entender lo que quería
decir— eso es una flauta de pico, una flauta dulce —y añadí a
continuación—: precisamente flauto diritto es uno de
sus nombres en italiano.
—¡No!, ¡qué va!, no es una flauta dulce; es una flauta metálica,
con llaves, como la travesera, pero se toca recta; además —añadió
para darme más pistas—, tiene una caña por la parte donde se
toca.
—¿En la embocadura?
—Sí.
—Entonces —contesté inmediatamente— es un saxofón.
—¿¡Un saxofón!? —añadió, insisto, sobrado de conocimiento y
con algún recochineo— ¡pero si es un instrumento recto! —breve
pausa para, después, afirmar— ¡Es una flauta! ¡¿Sabré yo lo
que compro?!
—Es un saxofón soprano —contesté yo—, que, por ser pequeño,
no necesita ser curvado para una mejor sujeción: se puede tocar
recto, al frente, sin tener que forzar las manos; ya digo, su tamaño
lo hace manejable.
Entonces empezó a mirarme de otra manera.
—¿¡Un saxofón recto!? ¿¡Hay saxofones rectos!?
—¡Sí, sin duda!
—¿Estás seguro?
—Claro, ya te digo: el saxofón soprano, aunque también te lo
puedes encontrar curvado. ¿Recuerdas el de los payasos de la
tele, el que tocaba Gabi, un saxo pequeñito, que parecía
de juguete?
—Sí.
—Pues ese es el mismo saxo soprano, pero en este caso con la forma
típica del saxofón, la curvada.
—¡Ah, leche!
No sé si, después, El Pupi buscaría información y quedaría
convencido, pero lo cierto es que no me habló más de su “flauta
recta”.
Bueno… tras la anécdota, escuchemos el
sonido del saxofón soprano en Son
Medley (Guantanamera,
Manisero,
Qué bueno baila usted,
de los que he seleccionado solo los dos primeros temas: Cartagenera
y El
manisero),interpretado por José
Luis Santacruz, saxo soprano —recto,
¡ojo!— y Pepe Abellán,
percusión.
El percusionista del dúo
es mi hijo Jose Alberto,
más conocido como Pepe Abellán,
igual que su padre. Jose —sin tilde, así lo llamamos en la
familia— se especializó en percusión latina y ahora se dedica
sobre todo al cajón flamenco, del que está publicando (tiene un
canal en Youtube:
https://www.youtube.com/playlist?list=PLmYE-D3tnhGn7ATlN6YaDiSManj7mrYkd)
un método muy interesante.